martes, 15 de junio de 2010

¡Venga pa dentro!

Este fin de semana he estado en un pueblecito que se llama Sasaima; en un hotel-spa que te permite tirarte como un perro mientras estás en el jacuzzi al aire libre rodeado de vegetación, un baño turco o una sauna. Y todo esto, mientras disfrutaba de un buen libro y, por supuesto, de la compañía de mi novia. Ya colgaré las fotos para que las podáis ver.

Pues bien, en el camino de vuelta, cuando cogimos el autobús para volvernos a Bogotá, veo con asombro que la trampilla de salida de emergencia ¡estaba bloqueada con una pieza y dos remaches! Jooooder, me quedé alucinado. Aquí hay un accidente y morimos como chinches unos encima de los otros.

Por si fuera poco, en un momento determinado se ocupan todos los asientos y ¡sigue entrando gente! El trayecto entre Sasaima y Bogotá son de unos 80 kilómetros y se tarda dos horas, ya que el camino en su última parte son curvas y contracurvas. Yo pensaba que si, Dios no lo quisiera, hubiera habido un accidente, toda la gente que estaba de pie hubieran sido como pelotas de un lado a otro.

Eso sí, el conductor fue de los máááááááás considerado y puso el botiquín (que estaba en una caja acolchada) como taburete en medio del pasillo para una chica se pudiera sentar. Y a otra la dio un cojín para que su culo no sufriera. Aquí os dejo una foto en donde se puede comprobar como estaba el autobús.

Y el autobús, que ni decir tiene que era decimonónico.

De todo lo que más me molesto no fue la antigüedad del autobús o que la salida se retrasase, o que los billetes fueran dos números de asiento en un papel anotados. Lo que no entendí es que no se tuviera consideración alguna con las personas a las que se les hizo estar de pie las dos horas con el riesgo consabido de la peligrosidad de un accidente. Son cosas que no se entienden.

¿El resto? Te adaptas a donde vives.

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