En mis múltiples paseos por Bogotá, quiero destacar uno que me llevó junto con unos amigos y mi novia a un barrio que se llama La Macarena. Me habían hablado de un restaurante que se llama La Juguetería, con lo que fuimos a cenar.
La verdad es que el sitio está chulo. Lo primero es que el local es muy grande y por todas partes -pero por todas partes- hay juguetes colgados. Muñecas, cochecitos de juguetes de hace unos 40 o 50 años, caballitos de tiovivo, robots antiguos de hojalata o hasta uno de esos caballitos que le echabas una moneda y se movían unos pocos minutos.
Una cosa curiosa es que si llevas un juguete y le gusta al dueño, la cena te sale gratis, por lo que es fácil imaginar cómo ha conseguido tal variedad.
El sitio me pareció curioso, un poco lúgubre y un poquito caro. En la relación calidad-precio, ambos conceptos no sacan una nota muy alta.
Pero lo mejor no es eso. En un momento, me acerco al baño y cuando entro veo esto. Como es lógico lo primero que salió de mi boca es un "¡coño! ¿Qué hace un ataúd en el baño?" Pues nada, tras el susto inicial me pongo a buscar los urinarios y me doy cuenta que ¡el ataud es el urinario! Por lo menos el murciélago está alto, ¿os imagináis que estuviera a la altura? ¡Encima con miedo de que te mordiera! Lo dicho, ¡joooooooder! Qué mal rollo ¿no?
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