La primera vuelta de las elecciones colombianas ha dejado
al Juan Manuel Santos y a Óscar Iván Zuluaga, del partido de la Unidad Nacional
y Centro Democrático respectivamente, como únicos candidatos a ocupar la
presidencia del país.
Tras ellos quedaron Marta Lucía Ramírez, del Partido Conservador;
Clara López, del Polo Democrático Alternativo; y Enrique Peñalosa, de la
Alianza Verde.
El sistema electoral colombiano y, en general,
latinoamericano, no me gusta porque cada candidato a la presidencia, al senado,
al congreso o a una concejalía se han de pagar de su bolsillo la campaña
electoral, con lo que desde el primer momento se promocionan los pactos y, por
ende, la posibilidad de corrupción. Lo único que se necesita de un partido es
un aval.
Por otro lado, entrando ya en el análisis de la campaña
electoral, vi con asombro que en los debates televisivos el tema estrella era
la necesidad o no de continuar con el proceso de paz, es decir, mantener las
negociaciones con el grupo narcoterrorista de las Farc. Desgraciadamente fue una campaña sucia, en donde el
espionaje marcó el devenir de los días. En los mítines electorales se hablaba
más del contrario que de las propuestas para un mejor gobierno.
Lógicamente, el tema de las Farc es una constante en este
gran país. No puede hablarse de construcción nacional sin obviar a la guerrilla
más antigua no sólo de Latinoamérica, sino del mundo. El
último grupo terrorista que optó por dejar las armas fue el Frente Moro de Liberación Islámica (FMLI), que firmó la paz con el Gobierno de Filipinas tras
30 años de muertes.
Entonces, por supuesto que el proceso de paz es importante, pero
¡no lo es más la desigualdad social, la ausencia de infraestructuras de
comunicación o la inexistencia de una sanidad y educación públicas! Y de esto
no hablaba casi nadie. Sólo lo vi en el programa de Clara López.
Por otro lado, los sueldos medios siguen siendo muy bajos. La inmensa mayoría de los empleados deben de mantener a sus familias con salarios escasos en comparativa con los que reciben sus jefes. De acuerdo con las cifras del Ministerio de Trabajo, el 42 por ciento de los ocupados colombianos no reciben ni siquiera un salario mínimo, es decir, 8,8 millones de personas no alcanzan a recibir 589.500 pesos al mes (226 euros). Y la inmensa mayoría de la masa laboral nacional no alcanza dos salarios mínimos.
¿Y la sanidad y la educación? Sigue estando en manos más privadas que públicas, con lo que la brecha social no sólo no disminuye, sino que aumenta.
¿Cuál es el problema? La necesidad del colombiano y del latinoamericano de buscar a un líder rígido, al caudillo, a la reencarnación de Bolívar. Tanto Santos como Zuluaga se vendieron como poderosos, como fuertes y con la capacidad de llevar por la senda de la seguridad al país. Eso no es malo, pero ¿no sería conveniente dar a todos los colombianos, independientemente de su origen social, la posibilidad de tener una sanidad y educación públicas y con calidad y la oportunidad de llegar a la universidad? ¿No sería bueno para el país que las carreteras mejorasen para facilitar el comercio y, por consiguiente, ayudar a la salida de los productos desde el interior? ¿No significaría mayor riqueza crear una infraestructura industrial con el fin de que los jóvenes no se tengan que marchar de Colombia para poder ejercer? Y, por supuesto, ¿no sería positivo que disminuyese la grieta salarial entre los colombianos? La riqueza que está entrando en los últimos años no se reparte de forma equitativa.
El colombiano medio no percibe que ese 4,5 por ciento de crecimiento se convierta en mejores carreteras, más sanidad y educación públicas, mayor seguridad en las calles, menos corrupción, mejores sueldos o más seguridad en la contratación laboral.
Menos caudillos y mucha más política social.
Foto: http://www.colombia.com/elecciones/2014/presidenciales/tarjeton/